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Reportage en el programa Pinzellades d'Estiu

CugatTV

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Construir desde la mirada

Arnau Puig

Cézanne lo tenía bien claro: solamente podía ser objeto de especulación mental y pictórica aquello que se le presentaba a los ojos; para conseguirlo, paseaba y, súbitamente, se paraba delante alguna cosa cuando la estructura cromática no le era muy clara. Cómo eran las formas lo tenía bien asumido; se lo enseñaron en la escuela. Pero cómo se veían, era otra cuestión; sus compañeros impresionistas le habían dicho que no habían formas sinó colores, vibraciones luminosas que se modificaban en cada instante. En todo caso si algún color resultaba permanente, si se mantenía vigoroso más de un instante, era solamente posible a través de un ejercicio de artificio llamado pintura. Como él creía - se lo habían enseñado en la escuela primária y no se lo desmintieron en la escuela de bellas artes - las cosas existían y no eran impresiones momentáneas, así que decidió dedicarse a la pintura para que lo que había aprendido fuese cierto. Las realidades son los colores con los que se pinta. Si uno se acerca a un objeto condundente y autónomo, cuando lo coge, el gesto que atrapa ya altera la cosa, no por las sombras, sinó por la interferéncia de entidades coloridas. El artista que pinta convierte en el suyo propio todo lo que hay en el entorno. Lo que nos rodea tiene las propiedades que le atribuimos.

Es lo que dice y pinta Imma Pueyo: desde mi estudio y mi estudio soy yo misma en mi proyección respecto de mi entorno, veo que hay una realidad viva, que crece, que cambia de color, se amortigua, desaparece, se transforma, modifica, se desplaza; según miro a derecha o a izquierda, se rompe en pedazos o se vuelve más espesa, o se endurece con un solo color insistente e impenetrable; pero entonces ésta se amuralla y se vuelve monocroma: la proximidad borra los matices para ofrecer solamente colores.

Con esta realidad cromática que palpamos constantemente, quizá cabe preguntarse si la pintura es una cuestión de luces o de colores. Si las cosas son lo que vemos, cuando pintamos solamente hay un entorno nuestra de colores; pintar es crear colores, montar los colores según nuestro deseo o nuestras necesidades. Nada de preocupaciones sobre un tono hipotético o un color local; el color que corresponde es aquel que equilibra nuestra sensibilidad.

Y este es el sentido de la obra de Imma Pueyo: lo que interesa es la pintura, el placer de pintar, aunque no podemos ignorar que los colores que usamos son evocación del propio entorno, los que se ven por parte de quien mira y desde el lugar desde donde se mira; desde el propio estudio. Son la gamma de azules, negros, sienas, verdes, violetas, beixs, cadmios, una gamma tirando a fría; quizás una consciéncia querida de distanciamiento. Son colores que la artista, para que se adecuen a su sensibilidad, tiene que construir en la paleta y constituyen así su realidad. Una realidad que asimismo tiene que ser poética, que diga que el mundo de mi entorno no es tan malo como parece sinó que, en el fondo, es cálido, lleno de vida y de passión. La mía, que me hace pintar; aunque todo se tenga que rehacer constantement, como es que vemos y se nos muestra, pero que soy yo quien lo ve y a mi a quien se presenta.

Imma Pueyo - como Cézanne - albira los primeros planos desde las cimas, obteninedo así al inicio de la obra un foso que seguidamente se despliega y se enriquece; el ojo y el pinzel emprenden una marcha donde todo se convierte color retenido, rico y matizado, hasta que se diluye al infinito. A diferencia de Cézanne, no obstante, Imma Pueyo sabe que mientras se mantenga la intención pictórica uno puede ser lo que quiera y construir con lo que haga falta. Porque la realidad no es la atmosférica, es la que surge del ingenio. El collage permite que la ficción sea más interesante que la realidad misma; que la monotonia del vivir y del ver sea un extraordinario ejercicio que muestra lo que uno quiere y no lo que se ofrece: es la pintura. Sus visiones, por la mirada, son un placer que no desea nada más.

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Una exposición con visión muy personal del mar, camino de todos los sueños

Carme Guasch, Miércoles, 4 de mayo de 1994

Imma Pueyo expone - con Francesc Santjust - en Figueres por primera vez su obra pictórica en "La Caixa" de la calle Pi i Maragall. No soy crítica de arte y, por lo tanto, no tengo de su pintura más que una opinión personal; confío en que una evaluación rigurosa y más preparada - la del amigo Narcís Pijoan - se hará de esta exposición, pero no puedo sinó decir cuatro palabras, cuanto menos, sobre Imma.

La conocí hace muchos años, cuando nos trasladaron a Terrassa y coincidimos como profesoras en la Escola Vedruna; ella, naturalmente, de Historia del Arte. Aún con las diferencias de edad y temperamento - ella, muy reservada, reflexiva, un punto cínica - conectamos rápidamente. A menudo he sido testigo - a veces a través de la pared que separaba nuestras dos aulas - de sus lecciones, explicadas siempre con un tono de voz suave, sin prisas, lejos de la retórica y del émfasis, cerca de la confidencia y de la minuciosidad; a menudo le decía, medio en broma, medio seriamente, que cuando me jubilase me gustaría assistir como oyente a su clase.

Pronto establecimos una buena amistad, que se extendió a nuestros maridos; el suyo era neurocirujano y, desgraciadamente, esta circumstancia añadió otro motivo de acercamiento entre nosotras. Quién nos hubiese dicho que mi marido enfermo tendría que ponerse en su manos y que, los dos, con poco diferencia de tiempo, nos dejarían para siempre. Imma, después de la derrota, continuó impartiendo sus clases, como hice yo misma, seguramente esperando, también, que el trabajo de enseñar fuese la pantalla que escondiese, al menos durante unas horas al día, el gran vacío.

Pero dentro de la profesora de Arte había también una artista y en el hecho de pintar encontró, todavía, otro recurso para salvarse. Había sido alumna de Martínez Lozano - cualquiera que lo conozca lo podrá detectar - y esta característica le da una especie de carta de presentación para su primer contacto con el público de Figueres. Efectivamente, las barcas que presenta Imma Pueyo recuerdan - salvando las personales diferencias - aquellos paisajes de Llançà del artista de Terrassa que ha dejado un recuerdo tan importante no solamente en muchas paredes de las cases de Figueres, sinó también en el Museu de l'Aquarel·la de Llançà.

Pero el mar que pinta Imma, con una gamma de azules que va desde el más denso al más frío, casi metálico, sería un mar "pintado", un mar estático y incluso irreal si no lo humanizase con las figuras de las barcas - esas barcas que resultan ya obsoletas en el marco de la tecnología actual - que le confieren líneas y volúmenes que se le integran y nos lo hacen más cercano, mas quotidiano, incluso con el innegable contenido de sueño y/o huída que el conjunto esconde. A estas marinas de Imma Pueyo se les podría aplicar el verso de Josep Carner: La mar és ampla i el rem és fidel (La mar es ancha y el remo es fiel).

Carme Guasch, escritora

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Visiones Urbanas

Pere Gibert i Carreres

IMMA PUEYO
Casa de Cultura de Sant Cugat del Vallès
Marzo-Abril de 2007

Vivimos tan inmersos en la cuotidianeidad del entorno urbano, que a menudo nos volvemos insensibles delante de su belleza, ya sea entendida com el conjunto de la aglomeración, ya en los detalles de sus pequeños fragmentos. Y hasta cuando la persona, caminando por una calle de la ciudad, siente en su interior el impacato de la emoción estética, ésta es una impressión momentanea y escurridiza que la cinemática del recorrido se encarga de sustituir rápidamente por otras nuevas y difuminarla dentreo el cúmulo de sensaciones recibidas. Asismismo, no obstante, se va formando un pósito de pequeñas percepciones en lugares escondidos en la memoria, dentro del cual las imágenes interactuan inconscientemente mezclando y potenciando aquellas minucias que más nos han sorprendido, crenado a partir de ellas nuevas apariencias que pertenecen al discernir íntimo de la realidad, sin que tengan que ser un calco exacto de la correspondiente exterioridad física. Es en esta fuente pregona y estrictamente personal donde la artista "poua" sus visiones estéticas, que después la técnica pictórica ayuda a plasmar y concretar en el artificio de una representación permanente. No se trata, pues, de documentar enumerativamente todas y cada una de las partes que conforman la materialidad ciudadana, que para eso ya existen otras tecnologías, sinó mucho más de expresar aquella que golpea el sentimiento recóndito y manifestarlo a los demás, buscando el equilibrio difícil entre el gozo visual y la suggerencia que invita a la reflexón.

La exposición que presenta Imma Pueyo está entrañablemente vinculada a los paisajes de sus vivencias inmediatas, que sintetiza y conceptualiza para avanzar hacia especulaciones de aire genérico, transformando la pequeña anéctdota local en un pretexto para mostrar su implicación y pertenencia a un fenómeno mucha más global. Si algunas obras todavía contienen referentes específicos identificables para el espectador que los comparte, es solamente para buscar complicidades comunes, facilitando la comprensión del fondo de las subyacentes intencionalidades intelectuales, insinuadas en las formas y los colores. Así, en la primera parte de la exhibición, las obras todavía evidencían su enraizamiento circunscrito a la localidad de residencia, Sant cugat, unos muy claros, porque representan espacios fundamentales como son la plaza de Octavià, siempre vista desde un punto de vista inusual, el tejado superior del campanario del monasterio, y otros con ayuda, como el inventario del vecindario del estudio, donde los edificios y viales tienen integrados carteles sobreimpresionados (Sabadell, Sant Domènec, can Mates, etc) para evitar cualquier confusión al público poco experimentado a las vistas desde la altura. Es justamente la elevación de la atalaya del estudio, que domina los tejados circundantes, la que le proporciona insólitas miradas a chimeneas y paredes medianeras que usará como bambolinas acotadoras de un teatral telón de fondo en el que la ciudad se prolongo nebulosamente hasta el horizonte. Y son las barandillas de hierro de esta terraza las que, por sí mismas o como sombre proyectada, ayudan a crear una ambigüedad entre el espectador y el plano del cuadro.

La preocupación por la desmusara del pueblo acontecido ciudad es observable más claramente en la obra que presenta en primer plano el ágora primordial santcugatenca, tras la cual las edificaciones se multiplican inconmensurables, ocupando todo el espacio de la tela, aconteciendo, a la vez, alambinada crítica y metáfora de la angustia que provoca este continuado crecimiento urbanístico, demasiado rápido para ser asimilado, y la sensación de sentirse forastero en paisajes identitarios propios.

En la segunda parte, el pósito de la contemplación anterior la estimula para saltar al mundo de las nociones puras, donde los contornos y las disposiciones no responden a objetividades presenciales, sinó simplemente a modelos imaginario que demuestran el fuerte contenido mental que hay en cada una de ellas. Ya no estamos frente a una calle, ni frente a un pueblo concreto, sinó frente a una agregación de elementos que, sumados, nos proporcionan la noción subjetiva de la autora, la traducción de su pensamiento en imágenes plásticas de gran belleza formal. Este juego también incorpora el inevitable paso del tiempo. Los celajes ya no son una unidad, si no que restan divididos violentamente por un rayo de luz blanca o una sutil columna de humo o hasta se fragmentan en parte que sugieren la diferente intensidad y coloración lumínica según la hora del día. La síntesi conteptual se hace más intensa, refinada y poética en los dos paisajes de la Cerdanya, que, más allá del gozo estético, exigen un mayor esfuerzo de comprensión al observador.

El catálogo cuenta con una introducción del estudioso y crítico Arnau Puig, que sintetiza la exposición en la frase Construir desde la mirada y donde destaca que la realidad de la artista no es la atmosférica, sinó aquella que sale del ingenio y permite que la ficción creada llegue a ser más interesante. Cabe destacar la simplicidad y elegancia del montaje de la sala, realizada por Gestió Cultural S.A. Una forzada perspectiva pintada en la moqueta del suelo, creaba la ilusión óptica de un desnivel en rampa, que convergía en la obra de mayores dimensiones, protegida, como no, por una barandilla.

Pere Gibert i Carreres

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Tras la Barandilla

Rogeli Pedró

Es lunes. Salgo a dar una vuelta por el pueblo a ver com está el panorama artístico y me paro en la Casa de Cultura. Entro en la Sala de Exposiciones y empiezo la visita solitaria y tranquila por la exposición Imma Pueyo. Visions Urbanes (Visiones Urbanas). El primer vistazo (yo siempre sigo el orden establecido) va hacia la obra "Ciutat", una visión de Sant Cugat desde el campanario del Monasterio, de una ciudad que se pierde en la lejanía. Doy un paso a la izquierda y delante mío contemplo "Poble i poblat", una recreación añorada de los pueblos pequeños donde corre el aire fresco y resplandecen las puestas de sol que todavía los hace más entrañables. Pero aún más íntimos son los motivos de las casas viejas en "Ciutats", el nombre de las calles antiguas por donde pasea y repiensa com es de cambiante el orden de las cosas, de las personas y de las mismas casas. La visión melancólica de la realidad urbana ha evolucionado en la obra "Poblament" hacia una novadora tendencia estética del arte que no me atrevo a calificar. Del pueblo atiborrado y de las calles estrechas y tortuosas llegamos a la "Plaça", desierta, vacía, gris... Las casas acomboiadas se hacen calidez y las personas, como antes, están al alcance; mientras, desde casa se oyen las conversaciones de sobremesa y el ruido de alguien que limpia los platos en el fregadero. Y debajo de casa, en el "Párking ciutat", duermen los coches, una visión metalizada de los espacios que ocupa la chatarra automobilística. Otro "Punt de Vista" desde el tejado permite descubrir y adivinar nuevos rincones cambiantes: la ciudad está viva, se mueve mientras el viejo barrio permanece inmóbil, de momento. Y encima del embaldosado y al pie de "Barana" el punto de mira privilegiado me invita a la reflexió al encanto más profundo. En "PV-Blau" el edificio me tapa la sierra cumpliéndose aquello de "el árbol que no deja ver el bosque", ordenado y lejano. En "Urbs" veo el crecimiento de la ciudad obra del Plan Metropolitano dicen unos; otros afirman: "esto no lo para ni Dios". Más lejos pero en plan ciudad sobresalen las "Xemeneies" presentes y constantes a lo largo de la historia. Son la prolongación de las chimeneas, el sitio donde entran las hadas y salen las brujas de los cuentos explicados al calor del hogar. Y para finalizar, un paseo por un "Paisatge d'estiu" para oler los mil olores, respirar el aire fresco y disfrutar de la calma purificadora. Este es el recorrido que el artista hace a menudo por su mundo cercano y imaginario a la vez. El gran reto de los artistas emergentes consiste en representar ideas mas que objetos. Mirad la exposición con esta idea.

Rogeli Pedró, TOT Sant Cugat, abril de 2007

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